miércoles, 11 de abril de 2007

Domingo en la mañana. ¿Te acuerdas?

Aún recuerdo aquellos domingos de mi niñez, el domingo era un día especial, no era sólo que no se iba al colegio , sino todo el ritual que implicaba ése día. Por lo general me despertaba muy temprano, a los 7 u 8 años , el hecho de vivir cerca de una iglesia era un acontecimiento. Sin ser extremadamente católicos, mis padres me permitían ir a misa al lado de la casa en la pequeña iglesia de San Francisco en calle Salas , de bancos de madera, sin grandes ostentaciones, como le hubiese gustado al fundador de la orden. En mis recuerdos, el olor a cera acompaña esos momentos. Allí al lado de la puerta, el padre, un sacerdote rubicundo, macizo, de pelo crespo, mirada risueña,con su sotana café y sandalias solía saludar a los niños, repartiendo santitos y bendiciones después de la ceremonia, conseguir una pequeña estampa bendita era el premio máximo al que mi alma de niña podía aspirar. De regreso a casa , un buen desayuno y nos preparábamos mi padre, mi madre , mi hermano y yo para ir a dar un paseo caminando hasta la plaza antes del almuerzo.
Mi madre solía peinarme el pelo con un cola de caballo tirante y un rosetón del color del vestido que llevara, eso me hacía sentir como una princesa, pues mientras durante la semana debajo de la pollera llevaba una enagua de moletón o tela, el domingo, el humilde moletón era un falso blanco almidonado , muy planchado, sobre él, el vestido de organza , más abajo los zoquetes blancos y los imperdibles zapatos de charol. Mi hermano menor como correspondía al momento, vestido de impecable terno, zapatos lustrados, corbata e incluso con sombrero Así, en mi inocencia,cual príncipe y princesa, llevados de la mano enfilábamos a la plaza. Los niños lucían sus juguetes nuevos y las bicicletas o los triciclos competían en demostrar sus cualidades. Frente a la plaza, cruzábamos, por calle O'Higgins nos otorgábamos el primer premio del paseo, un delicioso helado del emporio "Astoria", no importaba el sabor, ni la espera, lo delicioso era estar allí, expectantes, mientras los famosos barquillos "bañados con crema"llegaban a nuestras manos. Caminábamos luego lentamente disfrutando golosos mientras el chocolate se derretía justamente donde no se esperaba , cruzabámos luego de regreso hasta la plaza para sentarnos y disfrutar del paso siguiente: la música.
Puntualmente a mediodía, el Orfeón de Carabineros inundaba la glorieta ocupada para ese efecto con el estallido sonoro de su banda. Melodías marciales, ritmos tropicales, blues brotaban de los metales brillantes que eran los instrumentos de la orquesta. Allí los uniformes verdes engalanados no sólo representaban el respeto, también la alegría que cada fin de semana se convocaba para nosotros, los niños de entonces. Nos quedábamos después de la retreta, quietos, con los dedos aún pegajosos y dulces por el helado observando como se retiraba la orquesta , entonces cual una orden emitida en cómplice silencio subían los niños-incluída yo- a escuchar el eco de nuestras voces que como por arte de magia nos respondía desde todos los ángulos.
Los enormes y añosos tilos regalaban su sombra y su aroma sobre los rostros sudados y felices. Así , contentos de vuelta a casa, recorríamos más lento el camino de regreso, sobre el mantel,en espera, las infaltables empanadas.... ¿ Te acuerdas?

2 comentarios:

klau2 dijo...

sólo creo que faltan algunas imágenes o no ???

Unknown dijo...

Lo intento, de veras lo intento, pero después de la lobotomía me cuesta recordar