viernes, 25 de julio de 2008

El abuelo

El abuelo estaba con la cabeza baja, sentado sobre la silla de madera, los ojos miraban el suelo sin mirar exactamente , perdidos en su propio paisaje interno. El ruido llegaba a sus oídos como si estuviera lejano, la tibieza de la silla y el pantalón húmedo en la entrepierna paulatinamente comenzaban a enfriarse. Un hilillo de baba colgaba en forma permanente desde su boca, pero a él no le importaba, no lo sentía, de vez en cuando una mano piadosa se acercaba y lo secaba.
El barullo externo llegaba con más fuerza a remover su tranquilidad y podía ver que una cara se colocaba enfrente de la suya sonriendo, en un gesto mecánico asentía como dando una aprobación.
Lentamente el exterior comenzó a abrirse frente a sus ojos y el ruido se transformó en música, en medio de la bruma permanente que nublaba su vista presintió que los otros bailaban, quiso levantarse pero las piernas no respondían, lo intentó de nuevo, pero parecían petrificadas, entonces sintió la mano que lo levantó y lo puso de pie, se abrazó fuerte al cuerpo, buscó la mano y en su memoria aparecieron los pasos de tango, un leve vaivén del cuerpo aferrado a una extraña indicaba que bailaba, se olvidó del tiempo, del abandono, de la imposibilidad de moverse y dentro de sí bailó como en su juventud.
La melodía cesó, le volvieron a dejar sobre la silla y volvió a entrar en su paisaje. En la sala dos figuras de pie jugaban con globos y reían instando al grupo a unirse al jolgorio, algunos sonreían, otros miraban impávidos.
Detrás de la mampara blanca, un ferétro café con un cuerpo frío era remolcado hacia la puerta de salida.
En la sala la música seguía y nadie se enteró de nada.